El 15 de junio de 1977 España vivía con entusiasmo las primeras elecciones en democracia después de más de tres décadas de dictadura
Aquel día España amaneció empapelada. Carteles llenos de colores, eslóganes y rostros sonrientes aparecían pegados en todos los lugares posibles, unos encima de otros, por el suelo, encima de los coches… Cualquier lugar valía con el fin de llamar la atención a los últimos rezagados. Los españoles volvían a las urnas, volvían a decidir nuestro futuro.
Muchos no habían vivido nunca algo así, para otros, los más mayores, era un sueño irrealizable que jamás pensaron que pudiera hacerse realidad y una ínfima minoría esperaba no volver a verlo nunca. Pero no había vuelta atrás.
Había llegado el color, la ilusión, la democracia. Era el 15 de junio de 1977. Tan solo año y medio antes, todo el país estaba siguiendo con expectación las últimas horas del que había sido su Jefe de Estado durante casi cuatro décadas. Quién lo iba a decir y cómo había pasado el tiempo.
De la noche a la mañana, España se abría de par en par a un mundo tan desconocido como expectante: nuevos periódicos hacían su aparición para informar de una nueva era, las ideas circulaban sin temor por los pueblos de todo el país, personalidades que habían estado escondidas o no habían atravesado las férreas fronteras dictatoriales entraron en los salones de los españoles como un cuchillo en mantequilla y nuevas culturas y movimientos esperaban sin reparo a que la sociedad les abriera sus brazos. El país estaba gritando libertad.
Entre tantos montones de carteles, asomaban varias caras. Muchos de ellos surgidos desde la misma clandestinidad; otros, que procedentes del régimen anterior habían aceptado la democracia como una nueva posibilidad de acceder al gobierno y ‘tocar poder’ y otros de la noche a la mañana, pasaron de ser conocidos empresarios o funcionarios a candidatos a la presidencia del gobierno.
El más conocido era el que había sido presidente del gobierno nombrado por el rey tras la muerte del dictador. Un hombre serio, siempre con traje y corbata, con gran oratoria y conocido por su talante, moderación y obra durante ese año y medio tan convulso. Adolfo Suárez, con su partido Unión de Centro Democrático se presentaba a los españoles como el único partido que podía realizar la transición sin extremos ni enfrentamientos.
Pegado encima de él con varias dosis de agua y cola blanca aparecía un joven andaluz, descamisado, enérgico, con ganas de abrir las ventanas y con una rosa en la mano. “El cambio” era su eslogan y el PSOE sus siglas. Era Felipe González que desde la izquierda aspiraba a dar un giro total hacia la democracia.
A su lado aparecían dos carteles de dos hombres que habían sido enemigos durante la guerra civil y cuyo mutuo odio había sido evidente durante el antiguo régimen: Uno era Manuel Fraga, antiguo ministro franquista, que se lanzaba a la democracia como símbolo de la derecha tradicional bajo las siglas de Alianza Popular y Santiago Carrillo, tantas veces detenido, exiliado y tan temido por grandes sectores de la población española aparecía como candidato del Partido Comunista de España.
Ya no había ilegalizaciones, no había prohibiciones, no había censura, no había dictadura. España estaba gritando libertad. Tanta, que incluso que aquellos que la amenazaban podían presentarse a las elecciones.
Ese día, la gente acudió a los colegios electorales con la misma ilusión que cuando a un niño pequeño le regalan un juguete nuevo. Muchos lloraron por poder volver a hacerlo, otros no sabían que había que hacer y tuvieron que preguntar algo tan simple como ¿Dónde tengo que votar?
Aquel 15 de junio de hace cuarenta y cinco años, con la victoria de Adolfo Suárez, los españoles nos volvimos a dar la mano, volvimos a creer en la democracia, volvimos a soñar con un futuro mejor. En definitiva, volvimos a gritar bien alto LIBERTAD.