Los resultados del informe PISA en educación dejan a los alumnos españoles con las peores cifras de su historia en matemáticas y ciencias
Es momento de asimilar lo ocurrido, no se puede esconder la realidad. La educación española acaba de recibir un gancho de izquierda que la acaba de enviar a la lona sin que nadie haya hecho nada por evitarlo. Es más, pareciera que ha sido algo esperado, una derrota que se sabía iba a ocurrir más pronto que tarde, pero de la que nadie quiere darse por aludido.
Solo había que salir a la calle y observar la realidad. Entrar a un instituto público y ver como a muchos profesores les duele en el alma lo que ocurre cada día dentro de esas cuatro paredes. No estamos ante la generación más preparada de la historia, sino lo contrario, avanzamos hacia un terreno tan peligroso como desconocido, donde los adolescentes ven el estudio como algo inerte, que no sirve nada más que para amargarles la vida hasta los dieciséis.
Resulta paradójico que con todos los medios que los alumnos tienen a su alcance, con toda la información a la que se puede acceder y todos los métodos de aprendizaje que se han mostrado efectivos, esta vaya a ser la primera generación que claramente se sitúe por debajo de la de sus padres, que no tuvieron nada de lo que ellos gozan actualmente.

Pero lo peor es que no es culpa suya. Sus posibilidades son infinitas y sus capacidades también. El problema es un modelo educativo absolutamente fracasado que lleva al país a perder su riqueza más preciada. Un sistema que prepara funcionarios y vomitadores de temario y que deja a su suerte a científicos, emprendedores, creativos y autónomos solamente para igualar porcentajes y crear discurso.
Igualdad lo llaman, ignorancia es lo que produce. Eufemismos de tercera división que buscan maquillar de forma cutre el desastre de su gestión. Reducir conocimientos para conseguir menor fracaso no es la solución, sino el origen del problema. Facilitar exámenes y quitar contenido, lo único que provoca es que los que sí se esfuerzan, los que sí que quieren, los que sí buscan llegar alto, acaben viéndose reducidos a cenizas y avocados a tengan que pagar un máster privado que les saque del pozo donde les han metido y les permita llegar donde quieren.
No se puede continuar por esta senda que mantiene, entre otras locuras, diecisiete selectividades diferentes. Este toque de atención tiene que hacer reaccionar a los poderes públicos para que corten esta auténtica sangría y evolucionemos como país. Solo con un modelo educativo de alta calidad y de primer nivel, España podrá volver a estar orgullosa de sí misma. Nuestro futuro depende de ello.

