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Canción de amor a Madrid

Si me diesen la opción, volvería a nacer en Madrid

Dicen los poetas que quien no siente amor hacia su casa no conoce el apego. Que sin vínculos a la acera la vida es banal, y que sin diversidad la noche se hace eterna.

La música actúa como puente entre las personas y su incapacidad de describir el conjunto que los envuelve. Para poder encontrarse entre las luces y sombras que canalizan el vértigo del transcurrir de los años, sin darse cuenta de que existió un “aquí y ahora” distinto al suyo, pero bajo las mismas farolas. Con los mismos miedos, ansias y expectativas; y con las mismas canciones.

A las ciudades se las quiere como a las personas. Y Madrid está lleno de gente. Y el amor la multiplica. Y la música la acompaña.

Decía Hemingway que solo en Madrid logras destilar la esencia. Ahí es cuando te dolerá no ser inmortal, pues caerás en la cuenta de que cualquier día morirás y ya no podrás volver a verla. Y no se alejaba de la realidad que me inunda cuando me asfixia la agitación de la urbe y quiero encontrarme de nuevo.

Pero de repente me golpea la realidad y recuerdo que nadie me conoce igual que ella.

Cuando mi padre me llevaba los domingos a las Galerías Piquer a jugar con el diábolo que acababa de comprar en un puesto de Ribera de Curtidores, no se imaginaba que jamás me querría ir. Ni que acabaría detestando las rosquillas; las tontas y las listas.

Tampoco se daba cuenta de que, cuando me compraba barquillos, me ayudaba a intercambiar cromos en la Plaza del Campillo del Mundo Nuevo, o me paseaba por la Dosde, me estaba dando todo lo que necesitaría para acordarme de él: pensar en mi ciudad. Así se crea la costumbre.

Madrid es la cuna de la disconformidad. Tierra de nadie. Alérgica a conservar, pero ansiosa por la tradición. En constante cambio, pero con esencia inquebrantable. Donde el extranjero llega llorando y con lágrimas en los ojos coge la puerta de regreso a casa. Porque, ahora, esta está en dos sitios.

Rápida, caótica y desmelenada. Pero siempre hay un verso que redactar; una canción que dedicarle. Un juramento de fidelidad a la metrópolis eterna que, pese al ruido, hace que el reloj de la pena pare.

Desde lo gastada que está la acera por la gente al pasar, y los pies acostumbrados a la velocidad, hasta las personas que viven al ritmo infernal del que hablaba Antonio Flores. Son incontables los artistas que han decidido dedicarle un momento de su ingenio de poeta al templo de los brazos abiertos que acoge sin hacer preguntas; al punto de encuentro entre las almas que solo se cruzan un quince de mayo en la Pradera para demostrar que existe un génesis compartido entre tanto barullo.

Aunque Sabina diga que no queda sitio para nadie, Madrid es el culmen del folclore que le mostraría al que desconoce de dónde proviene la historia. Donde regresa siempre el fugitivo.

Como algodón de caramelo entre las páginas de un libro que escribía, y mientras el diablo saluda con su sonrisa a los yonkies de Desengaño y Ballesta, la ciudad se enciende bajo la vela que un día prendió con sus novelas Jacinto Benavente, y que nos deja el reflejo de un Madrid que te hace ir y venir, seguir y guiar, dar y tener, entrar y salir de fase; Amar la trama más que el desenlace.

El Madrid de Camacho amanece entre sueños perdidos, confusión y sorpresas latiendo en las venas, pero el de Alpargata es de mil colores, y en el de los Hombres G nadie se resigna a no pasear por sus calles.

Las cartas de admiración son interminables, al igual que las mil canciones que entrelazan los cabos sueltos que envuelven un Madrid sin mar, pero con vistas al Rastro; al de los Austrias, Quevedo y Lope de Vega. El que relataban las novelas de Almudena Grandes, y sobre el que cuelgan los emblemas de Velázquez. La ciudad de los atardeceres contaminados, de La Movida y de las oportunidades.

Si me diesen la opción, volvería a nacer aquí. Para conocer sus calles toda la vida, ir del Ocho y Medio a la Vía Láctea, tomarme un vermú en El Madroño, o comer pollo en Casa Mingo.

A Madrid se le quiere como a las personas, y yo la quiero como a mi mejor amiga. Si la tradición se celebra, yo festejo ser chulapa de Chamberí.

Soy afortunada. Yo siempre vuelvo.

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