El inevitable adiós de Carlos Mazón ha llegado al fin después de un año aferrado a la presidencia de la Comunidad Valenciana
Zombi, un término integrado desde hace décadas en la cultura popular. Y, casualidad o no, la base de una metáfora que vuelve a estar en boga en los días posteriores a Halloween. Se ha escrito mucho sobre ellos. Roberto Gárriz y Camille Varnier han delineado el retrato del zombi en su libro Todo lo que hay que saber acerca de los zombis (2021).
Los zombis, según Gárriz y Varnier, no son solo muertos vivientes. Los definen como personas fallecidas portantes de un virus que les permite moverse. A pesar de esta capacidad, técnicamente no están vivos, porque su corazón no late y sus pulmones no funcionan. Por ello, los autores se refieren a ellos como «no muertos», pues tampoco comparte la paz eterna de aquellos que han pasado a mejor vida.
Es difícil, estando al tanto de la actualidad política, no relacionar a Carlos Mazón con la cultura zombi. Mazón murió políticamente hace un año, tan pronto como la opinión pública vislumbró sus patentes responsabilidades en la gestión de la DANA. Pero no entregó su cuerpo al descanso eterno. En cambio, se ha mantenido como presidente de la Generalitat Valenciana, exponiéndose al incansable escarnio de la sociedad.
Mazón ha representado el principal problema del Partido Popular en los últimos 365 días. Los no muertos, se lee en Todo lo que hay que saber acerca de los zombis, pueden contagiar el virus a través de mordeduras. Y Alberto Núñez Feijóo se ha expuesto a ese bocado durante demasiado tiempo.
Bien es cierto que el líder popular nunca ha tenido la capacidad de destituir a Mazón como presidente de la Comunidad Valenciana, pero no ha jugado a su favor su ambigüedad al respaldar a Mazón y dirigir sus esfuerzos, al menos en un inicio, al tratar de desviar la responsabilidad hacia Pedro Sánchez y el Gobierno de España.
Avancemos en el retrato del zombi propuesto por Gárriz y Varnier. Los zombis tienen una resistencia física ilimitada; no en vano ya están «muertos». Solo se pueden comunicar mediante sonidos guturales, a menudo indescifrables. También aquí la analogía zombi funciona con Mazón. No se ha sobrepuesto a la contestación social. Solo ha resistido. Y sus explicaciones, llenas de contradicciones, han jugado en todo momento en su contra.
¿Y cómo muere de verdad un zombi? Cuando algo atraviesa su cerebro. ¿Y qué ha atravesado el cerebro de Mazón, políticamente hablando? Todavía no está claro. ¿Hasta dónde llega el relato del triunfo de la contestación social como artífice de su dimisión? ¿O la narrativa de la retirada honrosa con motivo del primer aniversario de la DANA? ¿Cuánto tiene que ver la citación judicial de Maribel Vilaplana, su acompañante durante la trágica tarde del 29 de octubre de 2024? Preguntas a las que solo el tiempo proveerá respuestas.
En su momento más humano, Mazón se ha despedido con esta frase: «Espero que la historia sepa distinguir entre un hombre que se ha equivocado y una mala persona». Y le creo cuando afirma que nunca ha actuado de mala fe. Pero los errores, expresidente Mazón, requieren asunción de responsabilidades. Preferiblemente, en el momento adecuado. Y ese momento, desde luego, no tiene nada que ver con la noche de los muertos.

