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Chappell Roan, y por qué las mujeres deben alzar la voz

Tras un verano llevado en brazos por el nacimiento de su estrellato, la cantante Chappell Roan ha visto su momento revelación opacado por una polémica iniciada tras unas declaraciones que evidencian un problema social reducido a la exageración

La artista Chappell Roan, autora de los ya clásicos del pop Good Luck Babe y HOT TO GO!, se vio envuelta en una polémica provocada por la serie de límites que estableció frente a sus seguidores con el fin de proteger su integridad física. Entre estas se encuentra su posible negación a ser fotografiada en la calle junto a fans, su imperativa por diferenciar entre persona y personalidad, y su intención por mantener su vida privada fuera del ojo público. Un ojo público que se ha encargado de llevarla al estrellato en poco más de dos meses, y que ha traspasado los límites de la dignidad humana en múltiples ocasiones desde entonces.

Cuando comencé la lectura de sus publicaciones me encontraba en un espectro completamente distinto al del consecuente por el raciocinio y puesta en perspectiva de la situación. Las declaraciones de Roan son simples y claras: la dedicación al arte y su consecuente repercusión no implican la permisibilidad del acoso. Normalmente, no gritarías a una persona por la calle, la esperarías a la salida de su casa, ni la fotografiarías en situaciones comprometidas y difundirías sus imágenes sin su consentimiento sin tener consecuencias legales.

Calificar de exagerada a una mujer cuya queja implica la defensa personal es un clásico del machismo interiorizado que afecta a la población general, y que sale a relucir en ocasiones como estas; además de una muestra de la deshumanización que sufren las mujeres cuando tienen un perfil verificado en redes sociales. Y es desesperante ver cómo el esfuerzo y carácter de una mujer reinician el contador de la empatía social cuando esta muestra un mínimo de personalidad y autorrespeto.

Que para que tomemos en serio el discurso de inseguridad de una mujer deban ir seguidas de la exposición de situaciones de acoso es tan triste como cierto. Y es un acto reflejo de alcance global. A Chappell Roan (y a las mujeres en general) la teníamos que tomar en serio antes de que expusiera que un hombre la agarró en un bar e intentó besarla sin su consentimiento; y antes de que dijese que habían intentado entrar en su casa con su toda su familia dentro; y antes de que contase como se formó un corrillo a su alrededor para hacerse fotos mientras discutía y lloraba con su novia en plena calle.

Pero la presunción de la locura a la que están expuestas las mujeres es desoladora y cala incluso en la ideología de quienes más concienciados están con la opresión y la salud mental. Pero, como ventaja, el ser humano tiene la capacidad de perspectiva y rectificación. Perspectiva, principalmente, para poner nombre a la infinidad de situaciones grotescas que ocurrieron mientras las mujeres que actualmente nos encontramos en nuestros años 20 crecíamos; y que normalizamos a un punto completamente inaceptable.

Las décadas del 2000 y 2010 son el recuerdo de una época bañada por un mal gusto insoportable en la que todas las figuras femeninas públicas firmaban contratos con cláusulas destinadas a la censura del acoso, y que han dejado recuerdos deleznables como la agresión verbal que sufrió Mireia Balic el pasado mayo, cualquier episodio de El Hormiguero en el que Pablo Motos entablase una conversación con una mujer, las insinuaciones de un fotógrafo a Hannah Waddingham pidiéndole que enseñase más carne en una alfombra roja, o los insultos que recibió la propia Chappell Roan en la gala de los pasados VMA’s por parte de un fotógrafo. Pero parece que, si no hay una cámara grabando, los testimonios pierden validez.

La base de que a las mujeres no se nos tome en serio está en permitir un ninguneo omnipresente. El público está fascinado y sobrecogido con que una artista grite de vuelta y se defienda porque no estamos acostumbradas a tener voz propia, sino a sentir vergüenza por nosotras mismas por una situación de la que no somos culpables, y que ni si quiera hemos provocado.

La necesidad de muchos hombres de vacilar y reírse de las mujeres radica en que saben que pueden. O, mejor dicho, que podían. Las nuevas generaciones van a tener la fortuna de crecer con figuras que abogan y dedican su carrera a compartir un testimonio digno pero invisible en los libros de historia durante siglos; además de con un concepto de feminidad humanizado, repleto de referentes que demuestran que la tan aclamada “delicadeza” está en protegerse y defenderse a una misma. Y llegará un momento en el que no sea necesaria una prueba audiovisual para tomar en serio el testimonio de una mujer.

 

 

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