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Ellas también hablan mal de las mujeres

Cuando la voz femenina se convierte en el propio obstáculo: por qué los discursos ‘anti‑feminismo’ atraen audiencia y frenan la igualdad

Cuando Andrew Tate, bravo y directo, proclamaba frases como “el valor de una mujer depende de su capacidad para satisfacer a un hombre”, muchas personas se llevaron las manos a la cabeza. Nadie comprendía cómo un cualquiera tenía la potestad (mejor dicho, la osadía) de postrarse frente a un micrófono y soltar tales barbaridades sin siquiera inmutarse. Nos encontrábamos entre 2016 y 2017.

Hoy, casi 10 años después, estamos más que acostumbrados a que cualquiera tenga un altavoz como estos, cree un podcast y enuncie todo tipo de ideales y planteamientos que, en la mayoría de casos, son infundados, inventados o incluso, repetitivos. No pienso meterme en debates de libertad de expresión, cada uno decide qué y a quién escucha. Pero algunos discursos son alarmantes. Sobre todo, si quienes los pronuncian, son mujeres que solo pretenden echarse (más) tierra encima.

¿Conocen a Ramsey Ferrero? Yo no lo hacía, hasta hace un par de semanas, cuando me encontré uno de sus videos pululando por TikTok. Resulta que, ahora, ella también ha cogido un micrófono y ha decidido hablar. Segura e impasible, como lo era Andrew Tate y muchos otros “oradores” de su estirpe, pretende sentar cátedra acerca de lo que una mujer debería hacer y pensar, cómo debería vestir si no quiere que la acosen y otros muchos tópicos que suelen ponerse sobre la mesa cuando se habla de cuestiones de feminismo y relacionados.

De hecho, es interesante esta forma suya de comunicar, como si no existiera ninguna realidad más allá de lo que ella concibe: una manera muy similar a la de los hombres comentados. Ramsey Ferrero, de alguna forma, representa a esa mujer empoderada (de la manera correcta) que decide decir “basta» ante las degeneradas jóvenes actuales.

“Todo lo que se ha construido, lo que se ha avanzado en todos los sentidos […] se ha hecho sin la necesidad de tener a las mujeres en el mercado laboral”, pronuncia sin miramientos mientras se encuentra en un espacio en el que su voz puede ser un instrumento de poder para que otros se alineen con ella. Si todo se ha conseguido sin las mujeres, me pregunto: ¿qué hace ahí hablando, intentando generar un cambio estructural?

Si hoy obtiene una parte de sus ingresos por su “activismo” en redes es justamente por el feminismo del que se busca apartar. Además, su argumento es falso, ya que el trabajo femenino existe desde hace mucho tiempo, incluso lo hubo en épocas muy restrictivas como la dictadura franquista y, entre otros, que puedas acudir al médico a hacerte una radiografía, es gracias a una mujer. Así que, de nada.

En un momento complicado, en el que el 52% de la población española considera que el feminismo ha ido “demasiado lejos” (según apunta el estudio de Ipsos), el peor enemigo de la lucha por la igualdad es este: mujeres que se apropian de un discurso misógino y limitante que solo pone más trabas al entendimiento y el diálogo. Sus argumentos no solo son peligrosos por la condescendencia e intransigencia que manejan, sino porque vuelven a situar, en muchos casos, a la mujer como una menor de edad que nunca consigue emanciparse del todo. Simone de Beauvoir hablaba de una igualdad entre hombres y mujeres en tanto que ambos son seres humanos. Entender que la mujer solo puede y debe estar en casa o que, para que no la acosen, debe cubrirse más, atenta contra su  integridad en esa calidad que señalaba la filósofa francesa: la de ser personas.

Entonces, ¿quiénes son estos personajes a los que damos plena confianza, plena voz y autoridad? ¿De dónde salen todas las estadísticas que reportan, todos los datos que traen? Existe algo en el discurso digital que minimiza o elimina la responsabilidad de lo que se dice. Muchas de las frases más sonadas de estos podcasts, si estuvieran en boca de alguien del Gobierno, ¿serían igual de acogidas? O por el contrario, ¿totalmente cancelables?

Al final, entre miles de vídeos, qué daño hará otro más. Pero pensemos en las generaciones que vienen y que consumen de manera exagerada este tipo de contenido; aquellas que los consideran fuente de verdadera autoridad. Niñas y jóvenes que se educan, aunque pensemos que no, con otras mujeres que piensan que ellas no pueden ser bomberas, policías o lo que les venga en gana. O mejor, niños que escuchan a otras mujeres hablar así de ellas mismas.

Es una pena darse cuenta de que, a veces, el enemigo también está en el mismo equipo. Que, a veces, hay topos que echan piedras al tejado propio y buscan hundirlo más, si pueden. El tiempo (y la justicia) han demostrado el tipo de persona que era Andrew Tate y de dónde provenían las barbaridades que clamaba. Ya veremos qué nos depara para esta nueva figura.

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