Aunque no nos acompañen a ver procesiones, deberíamos aprender de la fuerza y resiliencia de nuestros abuelos
Estos días las calles de Sevilla se llenan de mantillas, trajes de chaqueta, nazarenos e incienso. Vemos a familias completas, a parejas y turistas visitando la ciudad. También miramos al cielo y entramos continuamente en la aplicación del tiempo. Y es precisamente alzando la vista cuando pensamos en los que ya no están con nosotros. Afortunadamente, a mí aún me acompañan. No para ver la procesión, pero sí en mi día a día.
Me acompaña mi abuela, que un día me llamó para explicarme, con cierta dificultad, que había ido a un concierto. Intentaba contarme que el teatro del pueblo se había llenado y que los conocidísimos Cantores de Híspalis le habían hecho emocionarse. Ella se reía, nerviosa, y me pedía perdón por no saber expresarse bien. No es tu culpa, abuela. No accediste a una educación decente porque en tu casa era más importante llevar el jornal. Tu tiempo también se vio consumido por el cuidado de cuatro increíbles hijos. No tienes la culpa de que, con más de 70 años, tuvieras que cuidar de tu marido, enfermo de alzheimer, hasta su último día. Creo que más bien, deberíamos darte las gracias. Has aguantado carros y carretas, asumido el rol que esta sociedad colocó en ti, y no has perdido tu risa tan característica, ¡qué envidia abuela!
En estos días también me acuerdo de ti, abuelo. Un jornalero que migró a Alemania para poder sacar adelante a su familia. Un hombre de su casa, que, aunque se bebía algún vasito de vino, quería y cuidaba a su mujer como a ninguna otra.
Tampoco puedo evitar pensar en lo diferentes que somos. A nuestras generaciones las separan unas cuantas. Ahora somos “de cristal”. Nos afecta todo, lloramos, tenemos ansiedad y depresión; nos quejamos, no estamos satisfechos con nada: al menos eso dicen de nosotros. Lo cierto es que somos, sin duda, la generación más concienciada con las causas sociales. Defendemos nuestro bienestar, tanto físico como mental. A pesar de la presión y precariedad laboral, también somos una generación motivada con sus sueños. Llamarnos “de cristal” no es más ni menos que ignorar todas las exigencias y contradicciones que esta sociedad pone en nosotros.
De cualquier manera, envidio la fuerza y resiliencia que, tanto mis abuelos como muchos otros, han tenido a lo largo de su vida. Han perdido padres, hermanos; y siguen adelante. Han pasado hambre, necesidades y carencias; y siguen adelante. Eso es simplemente increíble. Tal vez escribo desde la suerte que he tenido con mi familia, pero son los héroes de nuestra sociedad. En cada una de sus arrugas reside una lucha superada. Y es de todas ellas, como generación y sociedad, de las que deberíamos aprender e inspirarnos.

