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martes, 26 septiembre, 2023

Porno mainstream y feminismo, ¿compatibles?

Es una certeza que el porno está concebido por y para hombres. No es casualidad que su contenido más accesible mayoritariamente represente la humillación hacia la mujer, la dominación del hombre y la trivialización del abuso y la violencia. De hecho, escenifica situaciones que, de ser realidad, serían ilegales.

Dar protagonismo a un coito centrado en los genitales y el cuerpo femenino cuya única finalidad es el orgasmo del hombre también son rasgos característicos de la pornografía. Pero, qué pasa si soy una mujer feminista y mis fantasías sexuales se corresponden con ese tipo de sumisión. ¿Son el porno mainstream y el feminismo compatibles?

Son recalcables las polémicas palabras que pronunció Clara Serra sobre este tema en 2016: “La humillación es una cosa que las mujeres pueden desear. Y cuando digo humillación quiero decir que existe la fantasía de violación, existe la fantasía del sexo con violencia, etc. Y esto no es una cuestión marginal ni una cuestión de deseo masculino, sino de deseo femenino”, explicó.

Con este discurso no pretendía decir que las mujeres deseáramos ser violadas y que debería normalizarse el ir en busca de ello (tal y como muchos otros malinterpretaron). La exdiputada de Podemos se refería con ello que considera ‘lícito’ el llevar a cabo una fantasía erótica con tu pareja sexual si es de forma completamente consensuada. Incluso cuando eso conlleve teatralizar (o no) una situación de humillación y violencia hacia la mujer por parte del hombre. Todo ello siempre que haya un acuerdo explícito entre las dos partes y que esa práctica constituya el deseo sexual de ambos.

Serra también sostuvo que “hacemos muy mal” las mujeres si no satisfacemos nuestros deseos y nos culpabilizamos por tenerlos: “Creo que la emancipación no puede venir por esa vía”. En la misma línea opina Beatriz Gimena al decir que “cualquier feminista puede ver pornografía [mainstream]”. No obstante, esta activista y política continúa la frase diciendo que a pesar de disfrutar viéndolo, “inmediatamente lo problematizará”, tanto desde una perspectiva individual, como desde un contexto social y cultural.

Y es que no es posible afirmar que hay deseos feministas y otros que no lo son, en tanto que los deseos podrían definirse como aquellos puntos ciegos de la razón que no constituimos nosotros mismos. De igual manera, tampoco es adecuado categorizar unas fantasías como ‘correctas’ y otras como ‘no correctas’. No obstante, en ningún caso es deseable mantener una posición acrítica y no cuestionar el origen de nuestros deseos sexuales. Sobre todo en el momento en el que no nos sintamos cómodos con ellos o los consideremos incluso amorales sino se realizarán en este ámbito.

La idea de la deconstrucción del deseo es, además de compleja, complicada. El desprendernos de todos los constructos que consideramos que no casan con nuestro pensamiento feminista supone un gran conflicto interno. Como leí en Proyecto Khalo, “se basa en el intento más o menos desesperado por lograr que nuestros pensamientos y sentimientos cotidianos se ajusten al universo utópico que deseamos construir”. Esta revista también sostiene que, en cuanto a lo que concierne a este tema, lo más importante es elegir nuestras batallas: “Si la deconstrucción de un deseo nos provoca mucho más sufrimiento que libertad, quizá debamos enfocarnos en otros”. Un consejo bastante coherente y aplicable.

El feminismo radical, lejos de querer meterse en la vida privada y sexual de los demás u obligar a nadie a esta ‘deconstrucción’, sí que pretende analizar el deseo. Esta corriente defiende que las fantasías sexuales relacionadas con prácticas violentas hacia la mujer reflejan las relaciones de poder patriarcales. Lo justifican diciendo que el sistema está presente hasta el punto de que también se reproduce en el ámbito sexual, pues realmente estas prácticas consisten en dar placer al hombre aunque eso implique sufrimiento físico por nuestra parte. Es decir, que como también explicó Ayme Roman, “el imaginario sexual es tan machista y violento (…) que la mujer acaba erotizando y normalizando la violencia hacia el sexo femenino”. Y acabamos centrándonos en la satisfacción de nuestra pareja masculina para conseguir validación en el ámbito sexual, añadiría yo.

Existe otra corriente apoyada incluso por la psicología que aboga por que la construcción del deseo no puede atribuirse únicamente a una influencia cultural, sino que tiene que ver con muchos otros factores emocionales y psicológicos. La construcción de nuestra identidad o pensamientos reiterados que tuvimos durante nuestra infancia son ejemplos de ello. No obstante, creo que también es necesario analizar si esos factores que han influido en nuestros deseos y que supuestamente no están directamente relacionados con el patriarcado nos hubieran influido de igual manera si nuestro rol en la sociedad es el del hombre o el de la mujer.

En todo caso, según parte del feminismo liberal y de la psicología, nuestras fantasías son productos de nuestro inconsciente “más inexplorado”, de la parte inconsciente e incontrolable de cada uno. Y, al no beber del patriarcado, no tendrían porque ser naturalmente contrarias al pensamiento feminista. Además, esta corriente también cree en la libre sexualidad de la mujer como parte de su empoderamiento, aún cuando el rol de sumisión en las relaciones íntimas sea ocupado por la mujer y coincida con una tendencia sexual histórica machista. Ya que, en ese caso, lo habría elegido libremente.

Dejando a un lado cuáles son los potenciales factores que configuran nuestras fantasías, en la siguiente cuestión es pertinente separar. La aceptación y/o práctica de nuestros deseos sexuales es una cosa, y el hábito de consumir y apoyar la pornografía es otra muy distinta. El hecho de que este tipo de contenido escenifique nuestras fantasías y nos guste consumirlo no elude tomar consciencia sobre lo que conlleva este negocio. Beatriz Gimena hace una especie de símil y dice que el porno es como lo que es el tráfico de drogas para la industria farmacológica. Lo define como un “basurero sociopolítico” que controla nuestros deseos y hace que reproduzcamos lo mismo que vemos en pantalla, como si se tratara de un acto mecánico.

Save The Children establece en los 8 años la edad media en la que los niños empiezan a ver pornografía. Este tipo de contenido se configura como la fuente primaria que tienen los niños para aprender de sexualidad. Y una gran parte de la problemática es que hayamos normalizado el catalogarlo como “una herramienta de educación sexual” para menores. Cuando su objetivo no es precisamente tener un efecto educativo, sino el lucrarse y crear nuevas necesidades sexuales a quienes lo ven.

Su consumo a una corta edad, según expertos, suele influir de manera significativa en la construcción global del mundo que les rodea, y es probable que por ello vean lastrado su desarrollo neurológico y su funcionamiento sexual. La primera toma de contacto con la pornografía suele hacerse por curiosidad o presión de grupo. Lo que viene luego es evidente si tenemos en cuenta que los niños aprenden fundamentalmente por imitación. Más si dan por sentado que lo que ven es real y que la únicas personas con las que llegan a compartir impresiones están en su misma situación.

Para los que utilizan el argumento de que “en el cine convencional también hay mucha violencia y lo vemos desde pequeños”, la respuesta es que la intencionalidad y el efecto de ambos es bien distinto. El porno se produce con un fin erótico al ser una manifestación explícita de actividad sexual, que además representa esa situación como si fuera real, si es que no lo es, pues las personas que aparecen siempre tienen ese sexo que se muestra. Incluso, hay videos caseros protagonizados por personas que son parejas sexuales en la realidad y ni si quiera son actores porno. El cine convencional, en cambio, aborda diferentes temáticas con una finalidad artística, y el espectador es consciente de que todo lo que va a visionar es ficción.

De esta manera, las consecuencias del consumo de pornografía son muchos: iniciación de la etapa sexual antes de tiempo, conductas violentas hacia las mujeres dentro y fuera del acto, prácticas sexuales inseguras o adicción, entre otras. Esto, unido al abuso de poder, la explotación laboral, la mercantilización de cuerpos que supone e incluso las violaciones y agresiones sexuales que se producen en gran parte a actrices porno durante su trabajo, quizás vislumbra más que suficiente los diferentes pies de los que cojea este negocio. Porno m

En este punto, sí que creo que es una decisión personal que la parte más racional de nosotras (y también la de aquellos hombres a los que no les de miedo autodefinirse como feministas) opere para elegir no consumir un producto que proviene de una industria fraudulenta, mayoritariamente machista y que trae muchos más efectos perjudiciales que beneficiosos. Lo de la deconstrucción… ya es más complicado. Porno mainstream y feminismo, ¿son compatibles?Porno mainstream y feminismo, ¿son compatibles?

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