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¡Qué arda el fútbol!

El bochorno protagonizado por Luis Rubiales durante la final del Mundial de Fútbol Femenino ha prendido la llama de una nueva revolución en el seno del deporte español

Los cimientos sobre los que se ha construido nuestra casa del fútbol parece que por fin empiezan a tambalearse. Un año como este, plagado de incidentes racistas en las gradas de los estadios, no podía terminar sin que el máximo representante institucional del fútbol español cometiese una falta de extrema gravedad que, esperemos, lo expulse para siempre del mundo del deporte. Han tenido que ser ellas -otra vez-, las mujeres de la selección absoluta, las que se plantaran para poder cambiar las cosas. Ya lo hicieron el año pasado, cuando la famosa “revuelta de las 15” se quedó en casi nada, gracias a la no tan curiosa hermandad entre la Real Federación Española de Fútbol y los medios, que buscó ridiculizarlas y convertirlas en enemigo nacional. El resultado lo conocemos todos: una purga contra algunas de las rebeldes que terminó con que muchas de las mejores jugadoras del planeta se quedaran fuera del Mundial. Sus nombres no han parado de sonar desde que este empezó: María ‘Mapi’ León, Patri Guijarro, Lola Gallardo…

Y sí, hay que hacer hincapié en ellas, porque ellas son las únicas que tienen el valor de luchar porque las cosas cambien. Podemos pasar horas dando las gracias porque el fútbol español tenga jugadores como Borja Iglesias o Héctor Bellerín y todo lo que queramos, pero la realidad es que apenas media docena de jugadores españoles de alto nivel se han pronunciado sobre el tema. La realidad es que los más grandes jugadores de nuestro fútbol demuestran ser cada minuto que pasa más pequeños. La mayoría de ellos -que recordemos, son millonarios– permanecen en silencio, como si el tema no les incumbiera, cuando supuestamente conviven en la misma casa que Jennifer Hermoso, o que el resto de la selección femenina. Es su jefe el que, sin el consentimiento de una compañera, la besó delante de todo el planeta. Y también es su seleccionador el que, después de que Luis Rubiales saliese a la palestra de la Asamblea de la RFEF -esta vez sí con las dos manos en los huevos-, lo aplaudió. Mientras las jugadoras llevan años plantándose por condiciones dignas, que les permitan dedicarse al fútbol a tiempo completo que les ofrezcan las mismas oportunidades para formarse y crecer profesionalmente que a los hombres; estos últimos, jugadores del Real Madrid, del FC Barcelona o del Atlético de Madrid viven en castillos en las nubes, ajenos a toda lucha y revolcándose en sus privilegios.

En los medios de comunicación, en los partidos televisados e incluso en el boca a boca, muchas veces cuando se habla del fútbol femenino lo comparamos con el masculino, y el primero siempre es el que “tiene que evolucionar” para parecerse al segundo. Pero la realidad, mostrada no solo en este mundial, sino en cada estadio que se juega o en la forma en que ellas mismas compiten, señalan todo lo contrario. El fútbol masculino está a años luz de aprender del fútbol femenino. Ojalá un día hablemos solo de fútbol, pero el masculino, por ser precisamente ese mejunje de testosterona viciado, demuestra ser no solo uno de los deportes más retrógrados que existen, sino precisamente un reflejo de lo peor de una sociedad supuestamente democrática y civilizada. Por todas partes, desde el verde del campo, hasta los palcos presidenciales y, por supuesto, en los mismos asientos de las gradas, campan a sus anchas el machismo, la homofobia y el racismo. Son los síntomas de una sociedad que se niega a cambiar y que, todavía, cree que el fútbol es un deporte de hombres.

Cuando ves los partidos del mundial, pero también en partidos de la Liga Femenina o de la Women’s Champions League, te das cuenta de que se respira un ambiente en las gradas que está en las antípodas de lo que vemos hasta en cualquier partido entre canteras del Real Madrid y el Barcelona, por poner un ejemplo. A poco que hayas visto un partido masculino, incluso aunque sea entre niños, se respira esa violencia irracional en el campo, como si no hubieras venido a ver un partido de fútbol para entretenerte, sino una batalla campal de la que solo puede salir uno. Padres insultando al árbitro, dando gritos sin parar, encarándose unos con otros… Algo que, tiempo después, se lleva a las categorías superiores y que termina llamando “mono” a un jugador por su color de piel, a que un entrenador le meta el dedo en el ojo a otro rival… Y sube, y sube; y termina con aficionados ultras matándose entre sí. Sí, eso es el fútbol masculino.

Sin embargo, el Mundial femenino ha sido un verdadero ejemplo de disfrute entre aficiones que entienden que ser rivales no les convierte en enemigos. En las gradas se escuchaban constantemente aplausos y vítores para las jugadoras. Se apoyaba a estas incluso cuando iban perdiendo por goleada y no fueran de tu equipo. Mientras que, en todo Mundial masculino, las primeras noticias que nos llegan es que los aficionados de tal país se han liado a puñetazos con los de este otro, ¿qué hemos visto en este mundial? A Marta, jugadora histórica del fútbol brasileño, llorando a lágrima viva viendo como ha crecido el deporte que ama y como se apoya en las gradas a tantísimos nombres diferentes. Y Marta acababa de caer eliminada del que sea quizás su último Mundial.

Esta nueva revolución de las mujeres de la Roja tiene que ser una llama que prenda y se extienda. Qué arda el fútbol; qué arda por ellas. Jenni Hermoso, Alexia Putellas, Irene Paredes… Todas las jugadoras campeonas, pero también las que no pudieron ir -que lo son tanto como las que sí- son, a día de hoy, el único fútbol español del que deberíamos enorgullecernos. Porque el fútbol femenino debería ser el ejemplo a seguir como sociedad. Por esa capacidad de asociación y de lucha –también a nivel global-; por el respeto que hay entre jugadoras y que se filtra a sus aficiones, por ese entendimiento del deporte como algo que puede hacer mejor a la sociedad y que, lejos de ser una guerra, sirva de verdad para cambiar algo. Construir a partir de las cenizas una organización que se aleje de los comportamientos endógamos y mafiosos que, tanto el presidente de la RFEF, como todos sus allegados, como otras administraciones, desde los clubes hasta LaLiga y su presidente, Javier Tebas, tienen. El fútbol masculino, en todas sus escalas, tiene tanto que aprender que debería ser objeto de vergüenza nacional. Porque Luis Rubiales tiene que ser el primero en caer, pero no el único.

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